Érase una vez un hombre bueno que tuvo la desgracia de
quedar viudo al poco tiempo de haberse casado. Años después conoció a una mujer
muy mala y arrogante, pero que pese a eso, logró enamorarle.
Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer
tenía dos hijas tan arrogantes como ella, mientras que el hombre tenía una
única hija dulce, buena y hermosa como ninguna otra. Desde el principio las dos
hermanas y la madrastra hicieron la vida imposible a la muchacha. Le obligaban
a llevar viejas y sucias ropas y a hacer todas las tareas de la casa. La pobre
se pasaba el día barriendo el suelo, fregando los cacharros y haciendo las
camas, y por si esto no fuese poco, hasta cuando descansaba sobre las cenizas
de la chimenea se burlaban de ella.
- ¡Cenicienta! ¡Cenicienta! ¡Mírala, otra vez va llena de
cenizas!
Pero a pesar de todo ella nunca se quejaba.
Un día oyó a sus hermanas decir que iban a acudir al baile
que daba el hijo del Rey. A Cenicienta le apeteció mucho ir, pero sabía que no
estaba hecho para una muchacha como ella.
Planchó los vestidos de sus hermanas, las ayudó a vestirse y
peinarse y las despidió con tristeza. Cuando estuvo sola rompió a llorar de
pena por no poder ir al baile. Entonces, apareció su hada madrina:
- ¿Qué ocurre Cenicienta? ¿Por qué lloras de esa manera?
- Porque me gustaría ir al baile como mis hermanas, pero no
tengo forma.
- Mmmm… creo que puedo solucionarlo, dijo esbozando una
amplia sonrisa.
Cenicienta recorrió la casa en busca de lo que le pidió su
madrina: una calabaza, seis ratones, una rata y seis lagartos. Con un golpe de
su varita los convirtió en un magnífico carruaje dorado tirado por seis
corceles blancos, un gentil cochero y seis serviciales lacayos.
- ¡Ah sí, se me olvidaba! - dijo el hada madrina.
Y en un último golpe de varita convirtió sus harapos en un
magnífico vestido de tisú de oro y plata y cubrió sus pies con unos delicados
zapatitos de cristal.
- Sólo una cosa más Cenicienta. Recuerda que el hechizo se
romperá a las doce de la noche, por lo que debes volver antes.
Cuando Cenicienta llegó al palacio se hizo un enorme
silencio. Todos admiraban su belleza mientras se preguntaban quién era esa
hermosa princesa. El príncipe no tardó en sacarla a bailar y desde el instante
mismo en que pudo contemplar su belleza de cerca, no pudo dejarla de admirar.
A Cenicienta le ocurría lo mismo y estaba tan a gusto que no
se dio cuenta de que estaban dando las doce. Se levantó y salió corriendo de
palacio. El príncipe, preocupado, salió corriendo también aunque no pudo
alcanzarla. Tan sólo a uno de sus zapatos de cristal, que la joven perdió
mientras corría.
Días después llegó a casa de Cenicienta un hombre
desde el palacio con el zapato de cristal. El príncipe le había dado orden de que
se lo probaran todas las mujeres del reino hasta que encontrara a su
propietaria. Así que se lo probaron las hermanastras, y aunque hicieron toda
clase de esfuerzos, no lograron meter su pie en él. Cuando llegó el turno de
Cenicienta se echaron a reír, y hasta dijeron que no hacía falta que se lo
probara porque de ninguna forma podía ser ella la princesa que buscaban. Pero
Cenicienta se lo probó y el zapatito le quedó perfecto.
De modo que Cenicienta y el príncipe se casaron y fueron muy
felices y la joven volvió a demostrar su bondad perdonando a sus hermanastras y
casándolas con dos señores de la corte.
Autor: Charles Perrault.
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